Anastasio
era un granjero regordete con dos coloretes en los mofletes. Vivía en medio del
campo en una enorme y bonita granja. En ella había montones de animales a los
que Anastasio dedicaba todo su tiempo y su cariño.
Todas las
mañanas se levantaba muy temprano, se lavaba, y después de tomar un suculento y
nutritivo desayuno comenzaba su jornada: Abría la puerta de su casa y nada más poner
el pie en la calle… ¡todas las vacas empezaban a mugir!
¡Ah, se me
había olvidado! Anastasio era ciego, por eso todos los animales la llamaban
para que pudiera encontrarlos: Primero las vacas (el profesor reproduce el mugir de una vaca) y Anastasio se dirigía
a la vaqueriza siguiendo el mugido. Cuando llagaba todos callaban excepto una,
claro, a la que Anastasio se acercaba para ordeñarla la primera, y así iba una
a una. Cuando terminaba todas le despedían contentas agitando sus cencerros.
Nada más salir
el gallo comenzaba su kikiriki, (el
profesor reproduce el sonido del gallo) sabía que ahora el turno del gallinero,
¡ba recogida de los huevos de las gallinas!, y hacía él se dirigía Anastasio
siguiendo su kikiriki. Al terminar,
todas las gallinas le despedían cacareando animadamente.
Al salir
del gallinero Anastasio pasaba muy cerca del establo donde estaba el burrito y
éste, que le quería mucho, le saludaba moviendo sus orejas. - ¡Pobre burrito,
nunca se acordaba de que Anastasio era ciego! – Al ver que el granjero pasaba
de largo, rápidamente golpeaba con sus patas traseras en el suelo. Y Anastasio
retrocediendo sobre sus pasos le acariciaba el hocico.
El resto
del día Anastasio continuaba con las faenas de la granja siempre guiándose por
el sonido de los animales: cerdos, patos, ovejas, caballos…
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.